miércoles, 12 de agosto de 2009

Chiquito

José E. Bordón Para LA NACION

SANTA FE.- Chiquito, el único perro preso en la Argentina, por una causa que instruyó la justicia local por "lesiones leves culposas" hace seis años, murió en el destacamento La Orilla, de Esperanza, donde se encontraba "detenido" aguardando la condena o la absolución. Nunca se sabrá si debió ser condenado, con lo cual hubiese sido factible su sacrificio, o sometido a un régimen carcelario durísimo, como prevé la ley.

Chiquito era mestizo, según explicó la médica veterinaria Mónica Campini, convocada por la policía para extender la certificación médica correspondiente al momento del deceso del animal, documento que se agregará a la causa. Nunca nadie se presentó para pedir su tenencia, por lo que se presume que era un perro de la calle.

El animal se encontraba alojado en las instalaciones de la dependencia policial, a disposición del Juzgado Correccional de la Sexta Nominación de la ciudad de Santa Fe, desde el 9 de enero de 2003. Días antes, en la localidad de San Carlos Centro, había mordido y lesionado a un hombre, que lo denunció, y la causa pasó a instancia judicial, de donde partió la orden de detención para el perro.

El magistrado, José Luis Giavedonni, entendió que debía enviarlo a una comisaría lejos de la casa del denunciante y, por eso, fue destinado al destacamento esperancino, atado a un palo, con collar y cadena.

A pesar de todo el tiempo transcurrido, la justicia santafecina quizá se olvidó de Chiquito, un perro con 18 años de vida y vagabundo, como tantos que existen en todos los pueblos. Después del fallecimiento del animal, la policía sancarlina recordó que, en 2003, había encarado negociaciones para que la protectora de animales tomara cartas en el asunto pero, como se trataba de un can con personalidad violenta, acabó bajo la custodia de la Sección Perros del departamento de Las Colonias.

El "chico mimado"

Con el traslado de esa dependencia, el imputado se quedó sin compañeros, pero pasó a ser "el chico mimado del calabozo", mientras aguardaba la orden judicial que le devolviera la libertad.

Chiquito había llegado al destacamento policial La Orilla "en carácter de secuestro". Con los años, se convirtió en la mascota del destacamento y fuentes allegadas a la causa judicial llegaron a decir que "para los agentes era un miembro de la familia policial".

La amistad con los uniformados le permitió ganar algunas concesiones a su régimen de encierro, e incluso hubo vecinos que lo recordaron visitando a alguna novia durante sus "salidas transitorias". Lo cierto es que Chiquito cumplía a rajatabla con la decisión del juez y regresaba a su celda, donde lo esperaban un suculento tazón con alimento balanceado o las sobras de la comida del personal.

Su fama trascendió cuando se supo que llevaba seis años preso, pero sin condena, por un delito para el cual la ley prevé una pena ínfima. Tal vez su falta de pedigree lo privó de una defensa digna que hiciera valer su derecho animal, e incluso recusar al juez a causa de la injustificada demora. Pero Chiquito se murió una tarde, acuciado por cuestiones propias de la vejez.