domingo, 30 de mayo de 2010

Abigael Bohórquez

Llanto por la muerte de un perro
  • Hoy me llegó una carta de mi madre
  • y me dice, entre otras cosas: —besos y palabras—
  • que alguien mató a mi perro
  • “Ladrándole a la muerte,
  • como antes a la luna y el silencio,
  • el perro abandonó la casa de su cuerpo,
  • —me cuenta—,
  • y se fue tras de su alma
  • con su paso extraviado y generoso
  • el miércoles pasado.
  • No supimos la causa de su sangre,
  • llegó chorreando angustia,
  • tambaleándose,
  • arrastrándose casi con su aullido,
  • como si desde su paisaje desgarrado
  • hubiera
  • querido despedirse de nosotros;
  • tristemente tendido quedó,
  • —blanco y quebrado—,
  • a los pies de la que antes fue tu cama de fierro.
  • Lo hemos llorado mucho...”
  • Y, ¿por qué no?
  • yo también lo he llorado;
  • la muerte de mi perro sin palabras
  • me duele más que la del perro que habla,
  • y engaña, y ríe, y asesina.
  • Mi perro siendo perro no mordía.
  • Mi perro no envidiaba ni mordía.
  • No engañaba ni mordía.
  • Como los que no siendo perros descuartizan,
  • destazan,
  • muerden
  • en las magistraturas,
  • en las fábricas,
  • en los ingenios,
  • en las fundiciones,
  • al obrero,
  • al empleado,
  • al mecanógrafo,
  • a la costurera,
  • hombre, mujer,
  • adolescente o vieja.
  • Mi perro era corriente,
  • humilde ciudadano del ladrido-carrera,
  • mi perro no tenía argolla en el pescuezo,
  • ni listón ni sonaja,
  • pero era bullanguero, enamorado y fiero.
  • A los siete años tuve escarlatina;
  • y por aquello del llanto y el capricho
  • de estar pidiendo dinero a cada rato,
  • me trajeron al perro de muy lejos
  • en una caja de zapatos. Era
  • minúsculo y sencillo como el trigo;
  • luego fue creciendo admirado y displicente
  • al par que mis tobillos y mi sexo;
  • supo de mi primera lágrima:
  • la novia que partía,
  • la novia de trenzas de racimo y de la voz de lirio;
  • supo de mi primer poema balbuceante
  • cuando murió la abuela;
  • mi perro fue en su tiempo de ladridos
  • mi amigo más amigo.
  • “Ladrándole a la muerte,
  • como antes a la luna y el silencio,
  • el perro abandonó la casa de su cuerpo,
  • —dice mi madre—,
  • y se fue tras de su alma —los perros tienen alma:
  • un alma mojadita como un trino—
  • con su paso extraviado y generoso
  • el miércoles pasado...”