viernes, 21 de agosto de 2009

Historias de perros

Perro de cera

Se cuenta que cerca de Uxmal, en Yucatán, hay montículos que tienen vida. Uno de ellos se llama Mulitkak, donde está encerrado un “perro de cera”. Dicen que antes había muy pocos perros. La gente anhelaba poseer uno porque daba seguridad en los lugares que inspiraban temor. Hasta la calavera de un perro alejaba a los malignos. Mientras labraba su milpa cerca del cerro Mulitkak, un campesino de nombre X-Batlis Chan encontró un enjambre de abejas del que cogió la miel y con la cera hizo un perrito para que le acompañara. Un día, este milpero se cortó la mano y puso una gota de sangre en el hocico del animalito y vio que la tragaba. Desde entonces, todas las noches se hería la mano para darle de su sangre al can. El perro empezó a crecer y salir por las noches. También comenzó a ladrar. Todas las mañanas dejaba un venado a la puerta de la casa de su amo. Cuando creció más, el perro devoraba por su parte un venado todos los días. Al escasear los venados el perro comenzó a devorar a los milperos. Al observarlo X-Batlis Chan gritó a sus compañeros: “¡Huyamos o seremos aniquilados!” Salieron todos corriendo y el animal aullaba cerca de ellos diciendo: “Espérenme, ¿por qué corre X-Batlis Chan de su propia sangre? ¿No me la dio él noche tras noche?” En el camino hallaron a un viejo, a quien le dijeron: “¡Ay, papito!, corre con nosotros porque nos persigue el maligno”. Pero el anciano respondió a X-Batlis Chan: “Hijo del diablo, ¿por qué huyes de tu compañero, hijo del diablo también? Hoy eres responsable de la muerte de los que fueron devorados. Detente y mira cómo atrapo a este compañero del maligno”. El viejo se arrancó nueve pelos de su cabeza y con ellos formó un lazo, y lo puso como trampa. Apareció el perro de cera, metió su cabeza en la cuerda y quedó lazado. Por orden del anciano, X-Batlis Chan desató al can y lo llevó al cerro Mulitkak; allí quedaron aprisionados el perro de cera y X-Batlis Chan. Como muchas narraciones míticas, esta termina con una moraleja: “Ahora, como antes, el hombre debe cuidarse, porque puede ser devorado por su propia perversidad”. (En: Chilam Balam de Chumayel. Madrid, 2002). Casi 200 años de historia han sido olvidados por los compatriotas. El País, un diario de la “ibérica audacia”, transformada en la “Madre Patria” para centenares de miles de ecuatorianos que han elegido una mejor opción, ha condenado la “conducta confrontativa” de nuestros gobernantes que no han dudado en sacar el conflicto a las calles, para demoler, a fuerza de palos, lo que aún queda de las instituciones del Estado. Nuestra historia está llena de episodios violentos, que han terminado, como en el cuento ‘El perro de cera’, con la perversión aniquilada por su propia perversidad.

lunes, 17 de agosto de 2009

Hashiko

Hachiko.

hachiko

Hachiko nació en Noviembre de 1923 en la prefectura de Odate, provincia de Akita, al norte de Japón. Era un perro de raza Akita, macho y de un intenso color blanco.

La suerte iluminó a Hachiko cuando a los 2 meses de edad fue enviado a la casa del profesor del departamento de Agricultura de la Universidad de Tokio Dr. Eisaburo Ueno. El profesor lo llevó a su hogar situado cerca de la estación Shibuya, y allí demostró ser un bondadoso y amable dueño. El perro por su parte lo adoraba.

Desde luego, Hachiko no podía acompañar a su amo hasta la universidad. Pero lo que sí hacía era dejar la casa todas las mañanas con el profesor y caminaba junto a él hasta la estación Shibuya.

El perro observaba como su dueño compraba el boleto y luego desaparecía entre la multitud que abordaba el tren. Más tarde, Hachiko acostumbraba sentarse en la pequeña plaza y esperaba allí a su dueño quien regresaba de su trabajo por la tarde.

Esto sucedía todos los días. Así es como la imagen del profesor con su perro se volvió familiar en la estación Shibuya, y la historia de la lealtad de este animal se diseminó por los alrededores con mucha facilidad. Las personas que transitaban por Shibuya siempre comentaban este hecho.

Una tragedia irrumpió la tarde del 21 de mayo de 1925. La salud de profesor no era muy buena en esos días y repentinamente sufrió una ataque cardíaco en la universidad. Él falleció antes de poder regresar a casa. En Shibuya, el perro esperaba enfrente de la estación.

Muy pronto las noticias sobre la repentina muerte del profesor alcanzaron Shibuya. Inmediatamente muchas personas pensaron en el pobre perro que lo había acompañado todos los días. Varios tuvieron la misma actitud y fueron a la pequeña plaza para convencer al perro de que volviera a su hogar, como si él pudiera comprenderlos.

estatua Hachiko

A la mañana siguiente Hachiko fue visto enfrente de la estación, esperando a su amo. Aguardó todo el día en vano. Al día siguiente estaba allí nuevamente y así sucedía día tras día. Los días se volvieron semanas, las semanas meses, los meses años y aún así, el perro iba cada mañana a la estación, espera el día entero y al llegar la hora de regreso de su amo, buscaba entre todos esos rostros extraños a áquel que amaba. No tenía en cuenta las condiciones climáticas, lluvia, sol, viento y nieve no impedían su diario peregrinar al encuentro de su amo, la lealtad hacia su amigo humano nunca pereció.

La lealtad demostrada por Hachiko tuvo un extraordinario efecto entre los japoneses pobladores de Shibuya. Él se transformó en un héroe, la figura más amada del área. Los viajantes que se ausentaban por un largo período siempre preguntaban por él a su regreso.

En el mes de abril de 1934 los bondadosos habitantes de Shibuya contrataron a Teru ( Shou) Ando, un famoso escultor japonés, para que realizara una estatua en honor su amigo Hachiko. El escultor estuvo encantado de realizar ese trabajo y la estatua de bronce fue colocada enfrente de la estación, donde solía esperar Hachiko.

Casi un año más tarde, el 7 de marzo de 1935 Hachiko falleció al pie de su propia estatua debido a su edad, pero eso no impidió que su historia y la estatua de Teru Ando se hicieran famosas por todo Japón.

Durante la guerra todas las estatuas fueron fundidas para la elaboración de armamento, la de Hachiko no escapó de esa suerte y lamentablemente el escultor fue asesinado. Pero los pobladores de Shibuya continuaban recordando a Hachiko y su mensaje de lealtad. Así fue como decidieron formar una Sociedad para el reemplazo de la estatua de Hachiko, y dicha sociedad contrató al hijo de Teru Ando, Takeshi Ando, quién también era un excelente escultor.

Hoy en día, la exquisita estatua de Hachiko permanece en el medio de la plaza enfrente de la estación Shibuya. Podemos encontrar alrededor de ella fuentes, puestos de diarios y revistas y personas sonrientes contándoles la historia de Hachiko a los pequeño o los no tanto.

El 8 de abril de cada año se conmemora a Hachiko en la plaza frente a la estación de trenes de Shibuya.

Los restos de Chuken Hachiko (en japonés el leal perro Hachiko) descansan junto a los de su amo el Dr. Eusaburo Ueno. En una esquina de la sepultura de su dueño en el Cementerio de Aoyama, Minmi-Aoyama, Minato-Ku, Tokio.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Chiquito

José E. Bordón Para LA NACION

SANTA FE.- Chiquito, el único perro preso en la Argentina, por una causa que instruyó la justicia local por "lesiones leves culposas" hace seis años, murió en el destacamento La Orilla, de Esperanza, donde se encontraba "detenido" aguardando la condena o la absolución. Nunca se sabrá si debió ser condenado, con lo cual hubiese sido factible su sacrificio, o sometido a un régimen carcelario durísimo, como prevé la ley.

Chiquito era mestizo, según explicó la médica veterinaria Mónica Campini, convocada por la policía para extender la certificación médica correspondiente al momento del deceso del animal, documento que se agregará a la causa. Nunca nadie se presentó para pedir su tenencia, por lo que se presume que era un perro de la calle.

El animal se encontraba alojado en las instalaciones de la dependencia policial, a disposición del Juzgado Correccional de la Sexta Nominación de la ciudad de Santa Fe, desde el 9 de enero de 2003. Días antes, en la localidad de San Carlos Centro, había mordido y lesionado a un hombre, que lo denunció, y la causa pasó a instancia judicial, de donde partió la orden de detención para el perro.

El magistrado, José Luis Giavedonni, entendió que debía enviarlo a una comisaría lejos de la casa del denunciante y, por eso, fue destinado al destacamento esperancino, atado a un palo, con collar y cadena.

A pesar de todo el tiempo transcurrido, la justicia santafecina quizá se olvidó de Chiquito, un perro con 18 años de vida y vagabundo, como tantos que existen en todos los pueblos. Después del fallecimiento del animal, la policía sancarlina recordó que, en 2003, había encarado negociaciones para que la protectora de animales tomara cartas en el asunto pero, como se trataba de un can con personalidad violenta, acabó bajo la custodia de la Sección Perros del departamento de Las Colonias.

El "chico mimado"

Con el traslado de esa dependencia, el imputado se quedó sin compañeros, pero pasó a ser "el chico mimado del calabozo", mientras aguardaba la orden judicial que le devolviera la libertad.

Chiquito había llegado al destacamento policial La Orilla "en carácter de secuestro". Con los años, se convirtió en la mascota del destacamento y fuentes allegadas a la causa judicial llegaron a decir que "para los agentes era un miembro de la familia policial".

La amistad con los uniformados le permitió ganar algunas concesiones a su régimen de encierro, e incluso hubo vecinos que lo recordaron visitando a alguna novia durante sus "salidas transitorias". Lo cierto es que Chiquito cumplía a rajatabla con la decisión del juez y regresaba a su celda, donde lo esperaban un suculento tazón con alimento balanceado o las sobras de la comida del personal.

Su fama trascendió cuando se supo que llevaba seis años preso, pero sin condena, por un delito para el cual la ley prevé una pena ínfima. Tal vez su falta de pedigree lo privó de una defensa digna que hiciera valer su derecho animal, e incluso recusar al juez a causa de la injustificada demora. Pero Chiquito se murió una tarde, acuciado por cuestiones propias de la vejez.